Raúl Huayna1 Inicio | Epítome | Novela | Poema | Pintura | Dibujo | Fotografía | Anaquel | El Autor | Contacto | Epílogo
Raúl Huayna3 Raúl Huayna4
Raúl Huayna5 Raúl Huayna8
Raúl Huayna5 Raúl Huayna8
ANAQUEL
Raúl Huayna10
Raúl Huayna11
Actualizado: Martes, Marzo 14, 2023
   
Raúl Huayna20
Epítome Buró de Novela Buró de Poema Muro de Fotografía Muro de Pintura Muro de Dibujo Anaquel El Autor Contacto
Raúl Huayna21
Anaquel

ANAQUEL DE TEMAS PUBLICADOS

 
ABEJAS MOLECULARES
 
 
1. PEQUEÑAS EGUIVOCACIONES:
 

PEQUEÑAS EQUIVOCACIONES

Desde el inicio de la vida, esto es desde hace 4000 millones de años hasta hoy, las especies en el planeta Tierra se han sucedido de manera lenta y continuada. En este trajín, la simple célula, después de múltiples transformaciones, se ha convertido en una especie pluricelular. Las múltiples metamorfosis que ha sufrido la microscópica unidad celular, lo ha llevado a alcanzar, entre los vegetales, la titánica talla de más de 115 metros de alto de las secuoyas; los animales en paralelo, no se han quedado atrás y, como en el caso del Argentosaurios, entre otros enormes animales de pasadas eras y de los actuales, medía unos 34 metros de largo y pesaba unas 70 toneladas.

En 1859, Charles Darwin, haciendo un análisis sobre estas transformaciones que sufren los animales y las plantas, publicó su libro: «El origen de las especies por medio de la selección natural». Una obra que trata específicamente sobre la influencia del medio ambiente en los seres vivos y las consiguientes modificaciones que produce en ellos a lo largo de muchas generaciones; modificaciones que la persistencia convierte en heredables. Habla de adaptaciones al medio ambiente y la respuesta, de animales y plantas, para ajustar su organismo físico a las complejidades de su entorno y con ello incrementar la biodiversidad planetaria. En conclusión, este tratado dice que todas las especies, también la humana, devienen de otras, las cuales se remontan hasta un antecesor común.

La obra de Darwin, más tarde fue bautizada por sus colegas como «Teoría de la evolución de las especies».

Pero, esta y otras teorías que comparten Darwin y sus ínclitos colegas sobre la evolución de la vida en el planeta Tierra, teorías sesudas por cierto, presentan inmensos huecos que los conceptos medioambientales no pueden llenar de manera objetiva. En el caso de la evolución humana, por ejemplo, existen eslabones perdidos en su cadena evolutiva, saltos genotípicos y fenotípicos no explicados cabalmente.

Rompiendo los límites de los conceptos medioambientales de la evolución de las especies, hay algo que todos los investigadores de la selección natural deberían tomar en cuenta. «Algo» que en los siglos pasados, debido a que no existían los instrumentos de estudio apropiados era ignorado, o porque ahora si existen pero que no son utilizados objetivamente.

Este «algo» es de suprema trascendencia para conocer más de cerca las transformaciones que han permitido la irrupción de las millones de especies que habitan en el presente los aires, los mares y la tierra, del planeta. Algo que, en definitiva, es el principal eslabón de la «evolución» en la marcha incontenible y sostenida de los seres vivos en el planeta.

Este «algo», son los virus.

En mi compartimiento, un apartado en medio de un soleado patio y rodeado de plantas silvestres, en este momento ha empezado a sonar Scheherezade op.35. del gran Rimsky-Korsakov. La maravilla de la música, permite la participación armoniosa de los cantos de los pajarillos que día a día asientan su vida en los cercanos árboles, dentro de los linderos del patio.

Prologando a lo virus, diré, que son una de las entidades orgánicas más primitivas de la historia de la vida en el planeta Tierra. Ellos surgieron al principio de la vida. Son los precursores de la vida, y de ellos devino la primera célula y del conjunto de estas los seres pluricelulares.

Pero, ya estamos adelantados, retrocedamos un poco hasta antes de la aparición de los virus. Allá, en la faz pétrea del planeta, gracias a las condiciones ambientales que ya había conseguido la Tierra, en un caldo de cultivo que ciertos augurosos fenómenos físico-químicos habían preparado, surgieron los primeros compuestos orgánicos precursores de la vida, los aminoácidos. Luego, suscintamente, los aminoácidos dieron lugar a la primera proteína.

Una proteína, primitiva y en permanente proceso de “maduración” bioquímica, se convirtió en el antecesor de los priones, el protoprión.

Algunos protopriones, tomando materiales que los mismos fenómenos físico-químicos y ambientales habían colocado en su entorno, hallaron la manera de “fabricar” moléculas celulares, específicamente ácidos nucleicos sencillos, ARN de cadena simple, lo que luego envolvieron en su interior. Estas macromoléculas primitivas son los viroides, a los cuales se les conoce como macromoléculas de estructura corta y sin cápsula, que infectan a las plantas.

Un prión es una proteína celular de estructura más elemental que un virus, cuando actúa como un agente infeccioso transforma las proteínas normales en patógenas. No está lejos, el momento en que algún investigador, vislumbre, objetivamente, más allá de aquellos conceptos que afirman que el prión es el componente normal de las células, el primer prión beneficioso capaz de producir proteínas saludables y además de nuevo ARN y de ADN.

El protoprión, al envolver a los viroides en una cápsida proteica, dio origen el primer protovirus: partícula sencilla coompuesta de material genético envuelto por una cápsula de proteína. Más tarde esta cápsula se combinó con glúcidos y lípidos.

El protovirus, para poder mantener su efímera forma de vida primordial y dejar descendencia, debió de inyectar una copia del material genético suyo, ARN, en la proteína que creaba el protoprión.

El protovirus consiguió una sobreabundancia de copias suyas, las que le permitieron adentrarse en el futuro con pocos inconvenientes. Para entonces los protovirus, en la vastedad de la primitiva Tierra, eran las únicas entidades orgánicas, incluyendo a los protopriones, sus progenitores.

El protovirus no siempre conseguía copias exactas suyas, y las consecuencias de estas acciones trajeron las primeras mutaciones. Varios factores entre los cuales se encuentran los cambios ambientales o modificaciones físico químicos del entorno, contribuyeron en esta etapa de transformaciones, algunas de ellas heredables.

Es en este momento en que aparecen los virus, cuando los protovirus transforman sus sencillas macromoleculas en macromoléculas complejas. Mientras algunos virus daban complejidad al ARN de los viroides de su interior, otros empezaron a fabricar ADN. Junto con los virus también surgen los priones.

En algunos millones de años, gracias a una convivencia mutual y a una simbiosis obligatoria, algunos virus, que perdieron su capacidad de inyectar material genético y priones empezaron a formar colonias y siempre asistidos por los verdaderos virus que se encargaban de inyectar material genético en los integrantes de esas colonias, consiguieron “fabricar” la primera célula.

Esta primera célula se dividió en dos, y mucho después se convirtió en un ser pluricelular.

Los virus, en su trabajo de utilizar el material genético de las células para producir copias suyas dentro de ellas, algunas veces, como ya había sucedido en el pasado, se sucedían pequeñas «equivocaciones» que modificaban el material nuclear de las hospedadoras; estas “equivocaciones”, específicamente mutaciones, algunas veces modificaban el genoma de las hospedadoras y algunas se hacían heredables. La consecuencia de estas mutaciones, trajo una diferenciación entre las células, y, por consiguiente una función orgánica y fisiológica diferente entre ellas.

Las simbiosis de las diferentes células, permitió el surgimiento de la primera especie con la complejidad orgánica que conocemos. Los virus han estado presentes apoyando todo este proceso de unión y diferenciación celular.

Los virus, como lo fue en los primeros momentos de la vida, hoy, continúan con su labor de creación y diferenciación. Introduciéndose dentro de los organismos en los que se cuelan, y usando su material genético para producir copias suyas, y modificando de cuando en cuando el material genético de sus hospedadoras obligadas.

Los virus, en su tarea de ir saltando de un organismo a otro, combinando su material genético con estas, «trabajando» molecularmente, son los promotores obligados del incremento de la biodiversidad de las especies sobre el planeta.

Más que el medio ambiente y su poderosa influencia sobre los seres vivos, desde siempre, los virus son los generadores de nuevas especies y la desaparición de otras. Teniendo a su alcance el material genético de todas ellas, parecen tener entre sus máximas miras, la producción de seres cada vez más adaptados al porvenir. Nuestra humanidad física y psicológica, es el producto lento e incesante de los virus.

Los virus, con el incesante trabajo que les da la naturaleza, entrando dentro del organismo de los seres vivos, autoduplicando su ácido nucleico en las células de estos, ensamblando nuevos virus, luego saliendo de estas, no escatiman sus efectos; efectos que en algunos casos enferman y matan a unos y mejoran y dan vida a otros; extingue a algunas especies y hace prosperar a otras; las modifica en definitiva. Para la naturaleza, la muerte y la vida, es de lo más natural del mundo.

Un investigador tomó su nombre del italiano, que quiere decir veneno. Nada más equivocado.

 
 
2. LA CADENA DEL LÍQUIDO.
 

LA CADENA DEL LÍQUIDO

“¿A cómo cuestan los huevos?”, le pregunté a una señora que vendía algunos artículos de primera necesidad en una calle aledaña a un pequeño mercado.

Ella, mirándome, me respondió: “A diez soles, joven.”

“Quiero treinta”, le dije señalando los veinte que había sobre un cartón en su pequeño puesto de la calle. “Démelos, por favor, pero no en un cartón. Démelos en una bolsa.”

La vendedora cogió los huevos y los puso en una bolsa, como le pedí. Añadió, además, otros diez de otro cartón, los que faltaban. Y me dijo: “Tenga usted, por favor.”

“¿Cuánto le debo?”, no era necesaria esta pregunta, pero por cortesía la hice.

“Quince soles, señor.”

“Pero..., ¿no me dijo, usted, que costaban diez soles?”

“Veinte, cuestan diez soles. Usted, está llevando treinta”. Y señalando los que había en otra pila de cartones de huevos, me dijo: “Esos cuestan a diez soles el cartón de treinta. Como usted lo puede ver, son más pequeños. Los que le estoy dando son de doble yema.”

En efecto, los huevos que me llamaron la atención desde el primer momento, eran más grandes y al compararlos, ahora, con los otros de la pila de huevos que ella había señalado, le di toda la razón y le pagué con un billete de veinte. Me dio de vuelto una moneda de cinco, pero antes de pasarla a mi mano quiso chisguetearla con cierta sustancia de una botellita.

“¡No, por favor!”, le dije. “No es necesario.”

“Pero, ¿por qué?”, inquirió ella, mirándome intensamente.

“La moneda está seca”, le respondí, “y el virus no se transmite a través de cosas secas”. En esta observación tomé en cuenta, varios aspectos, entre otros, que ella sacó la moneda de una bolsa seca, pasó, de su mano a la mía, a través del aire seco y lleno de sol. Mi mano y la suya estaban completamente secas y, la moneda también seca, pasó a mi bolsillo seco. Y, además, para afirmarle dónde estaba un peligro mayor, le conté aquella escena que yo había visto hace poco, en el que unos hombres bebían una gaseosa dentro de una combi: “Que todos ellos se iban a contagiar, si alguno de ellos estaba con el virus, pues bebían de un solo vaso, turnándose y sin lavarlo antes.”

El aire es el elemento perfecto para la expansión de la música; y en efecto, los altavoces que se encuentran en lugares idóneos de mi habitación, dejan fluir torrentes incontenibles de sinfonía. Esta vez, el Enigma Variations, de Edward Elgar, ha salido de las profundidades del negro cielo, y, tan igual que un inmenso loto con coloreados pétalos de aurora austral, flamea en la atmósfera de mi compartimiento ionizándola con su sinfonía de avanzado crepúsculo.

Hablemos de aquellas partículas submicroscópicas obligadas, que necesitan del material genético de las células en las que se introducen, para replicarse. Hablemos de todo el proceso vital de estas “invisibles” estructuras, compuestas de material genético y rodeado de una cápsida protectora. Hablemos de su ciclo vital obligadamente realizado en un ambiente líquido.

Necesitan del ambiente externo e interno de una célula, saturada de líquidos tisulares. El citoplasma celular, es una complejidad orgánica diminuta, líquida en su mayor parte, que embebe concentraciones adecuadas de sustancias químicas, aquí se desenvuelven con naturalidad, como también en pequeñas cantidades de ambiente líquido o húmedo del exterior que rodea a las células para poder desplazarse por atracción molecular: moltropismo, rumbo a otras células.

Para tomar otra célula de un mismo organismo, no encuentra grandes dificultades. Los problemas se le presentan cuando debe abandonar ese organismo. Fuera de ese organismo todo se pone en su contra, todo se le convierte en un obstáculo que debe vencer. Mientras lo envuelva un líquido, sus posibilidades para ingresar a otro organismo son grandes. Mientras lo envuelva un líquido y cuanto menor sea la distancia con ese nuevo organismo, su éxito será inmenso.

Se propagan pasando de una persona a otra, o de una persona a un animal cualquiera sea este y cualquiera fuera su tamaño o especie, incluso el nuevo hospedador puede ser una bacteria o un vegetal, y viceversa.

La vía para propagarse, la más usual, es la oral. Luego vienen las vías respiratoria, fecal, a través de la picadura de insectos, y por heridas. No es usual que todos los virus utilicen estas vías de propagación, pero tampoco excepcionalmente.

Tratándose del virus que hoy ocupa nuestra atención, el virus de la gripe que hoy tiene preocupada a la humanidad, el SARS CoV 2, diremos, que una pequeña gotícula expectorada, contiene una friolera de varios millones de sus corpúsculos. De los cuales, si la gotícula no logra ponerse en pronto contacto con otro líquido, su suerte estará echada de inmediato. Su carga viral sí estará activa un tiempo más, dependiendo del ambiente que lo rodee; el sol, con sus múltiples rayos electromagnéticos suele ser su mayor enemigo; luego el viento; viene la sequedad ambiental; las altas y bajas temperaturas; los gases atmosféricos; los compuestos químicos...

Los coronavirus son esféricos y se les puede observar como rodeados por una atmósfera, tienen un tamaño que va de 60 a los 220 nanómetros. Un nanómetro es la millonésima parte de un milímetro. Siendo su tamaño tan pequeño, acorde a su peso, las leyes de la naturaleza actúan sobre ellos de manera un tanto diferente.

La gotícula expectorada, para los virus, es su “nave interplanetaria”, le ofrece todas las facilidades para su “viaje estelar”; si no logra ponerse en contacto con un líquido, en el aire se disuelve casi de inmediato, quedando su carga de millones de corpúsculos dispersos en el ambiente. Estos corpúsculos, ya sin la gotícula que los envolvía y protegía, quedan flotando como astronautas perdidos en el infinito, para los cuales, una simple brisa es un huracán que los arrastra de manera inmisericorde. Imposible respirarlos. Sin el líquido protector de la gotícula se inactivan enseguida. Después de este momento, si cayeran en un líquido, incluso nasal ocular o bucal, por su diminuto tamaño y peso, se les haría imposible romper la tremenda tensión superficial del líquido; flotarían sobre una monolítica pared y allí perecerían.

Si la gotícula cayera en el piso o en una pared o en un objeto, incluso sobre la piel, al secarse, las miríadas de virus quedarían estucadas, y allí pasarían a inactivarse enseguida. La carga viral de estos corpúsculos inactivos permanecería un tiempo más, todo dependiendo de las condiciones ambientales reinantes, pero estando ya aislada su sino es definitivo.

Si la gotícula ya es un hervidero de virus, la saliva es un océano repleto de ellos, y su acción es más efectiva... la mejor manera de transmisión.

Los lugares húmedos, y objetos húmedos, suelen ser para los virus sus mejores aliados...

 
 
3. DENTRO DE LA CADENA DEL LÍQUIDO.
 

DENTRO DE LA CADENA DEL LÍQUIDO

“¿Tiene más, de estas manzanas?”, le pregunté a una de las vendedoras de una frutería ambulante.

“¡Claro que sí!”, me respondió ella, señalando la carrocería de un camión cargado de cajas y costales con diferente variedad de fruta. Sus ojos, de los que salía un fulgor amable, me miraban por encima de la mascarilla que le cubría nariz y boca.

“Quiero unos siete kilos”, le dije, mientras tomaba en la mano una de esas deliciosas rosáceas de una caja en la que había algunas pocas.

“¡Juana!”, llamó ella, “¡Trae más de estas frutas!

Su compañera, a un poco más de un metro de distancia, con su mascarilla remangada sobre la quijada me miraba con cierta curiosidad. Y, al dirigirle yo la mirada, empezó a subirse ese artilugio que colgaba de sus orejas.

“¡No hay problema!”, le dije tranquilamente. “¡Estamos bajo un esplendoroso sol, hay suaves vientos, y nos separa más de un metro de distancia! ¡En un lugar así, no son necesarias las mascarillas!

Mis palabras le causaron sorpresa. No esperaba ella unos conceptos como los míos en un tiempo, como este, en el que se toma como mal augurio un “descuido” como ese en el que ella estaba incurriendo.

“¡Esta cosa, me hace sentir mal!”, complementó ella, envalentonada. “¡Me enferma! ¡Me produce dolores de cabeza!

Y ella no está exenta de toda la razón. Ese artilugio, modifica muchos aspectos naturales de la parte de la cara sobre la que está colocada. Impide una respiración normal e incrementa la humedad y la temperatura, las cuales propician el crecimiento desmedido de la flora bacteriana propia de esa región de la cabeza y llama la presencia de otras sepas bacterianas afines a una humedad y temperatura mayor, que, en definitiva, pueden traer como consecuencia graves enfermedades. Junto con este tipo de microbios, no sería nada extraño contraer un problema mayor con la irrupción de hongos microscópicos. Ella, como sus demás compañeras, deben llevar ese insufriblemente cachivache por horas y más horas.

“¡Y, nos obligan a usarla, señor!”, concluyó ella.

La circunstancia me da el poder de llevar este diálogo, grabado en un disco, al Universo de la música. Allí, en un majestuoso salón, con calmados pasos, me llego hasta un estante. Tomo, de sobre este sólido mueble, una pequeña bandeja y en ella dejo caer el disco grabado. Enseguida, de esta bandeja de estructura tecnológica del futuro, brota un prodigioso pulso sonoro, un intenso latido que lleva los acordes imponentes de Eine Alpensinfonie, una de las hermosas piezas sinfónicas del genial Strauss.

La música, que se dispersa delicadamente en mi habitación, es el incienso electromagnético venido de alguna estrella de lo profundo del cielo.

¿Por qué digo que son innecesarias las mascarillas en un ambiente como lo describí párrafo arriba, y no solo en un lugar así, sino que en muchos otros, por no decir todos, donde se hace innecesario su uso?

Para empezar, la Naturaleza, nos ha dotado a nosotros los Homo sapiens, de la mejor protección en prevención de este caso por el cual se está usando aquel trebejo para cubrir nariz y boca. El aparato respiratorio, en lo que concierne a la nariz, posee una barrera infranqueable en la que va a estrellarse todo lo indeseable aspirado. El polvo, toxinas, gases, sustancias alérgenas, bacterias y los tan mentados virus, son atrapados aquí.

Enfoquemos la parte interna de nuestra nariz, dando un salto por el vestíbulo de la nariz y sus vellos, y detengámonos en las zonas de las fosas nasales y lo senos paranasales. Veremos que toda esta zona del sistema respiratorio, posee un epitelio cubierto por dos capas de mucus o simplemente moco. Una de las capas, la superior, más sólida que la interior.

Esta capa de moco es impasable por todo lo “indeseable” aspirado.

En lo que concierne a los virus, al igual que los demás “indeseables”, si llegaran en una gotícula hasta aquí, todos ellos activos y vigorosos, quedarían flotando sobre la barrera de mucus. Siendo esta, sólida como la misma partícula viral y mucho más sólida que la gotícula, impediría a las partículas virales poder alcanzar la zona celular que debe infectar. Siendo los virus tan pequeños, de algunos nanómetros, y la capa de mucus, supongamos de un milímetro, en realidad un poco más gruesa, tendría para ellos como más de un kilómetro de espesor. Más de un kilómetro de espesor de un sustrato tan denso como su propia constitución proteínica. Dijimos que un nanómetro es la millonésima parte de un milímetro.

Los cientos de miles de corpúsculos del virus, con la gotícula ya disuelta, sin poder penetrar el duro piso de su entorno, permanecerían activas un buen tiempo más sostenidos por la humedad ambiental de la nariz. La barrera de mucus tiene movimiento, gracias a los cilios de las células que se encuentran debajo de las capas de mucus; los cilios baten el mucus y la convierten en una auténtica correa transportadora. Esta correa transportadora, siguiendo sus estrictas funciones, arrastraría a los virus, junto a todos los “indeseables” atrapados en su superficie, llevándolos rumbo a la garganta para ser expectorados con la saliva o deglutidos por el sistema digestivo.

Este “medio de transporte” se mueve a medio centímetro por hora y en otros casos a más de un centímetro. En la garganta, algunos virus activos, los supervivientes a la acción de los agentes protectores de la nariz, incluido inmunoglobulinas dispersas en el moco, podrían tener alguna muy remota posibilidad de liberarse del sólido moco que los aprisiona y conseguir su cometido.

Si es tan difícil, imposible por decir, que un virus protegido por una gotícula logre alcanzar su objetivo a través de la nariz, mucho más difícil resulta para aquellos que hayan perdido el líquido protector mucho antes y se mantengan flotando en la atmósfera. Y, estando en este estado, verdaderamente ya inactivo, si fuera inhalado, algo improbable en un ambiente donde haya movimiento de aire, pasaría al interior de la nariz, y dada a las características del recubrimiento de la nariz interna, serían atrapados y seguirían la suerte de otros más “afortunados”.

La gotícula expulsada, siguiendo los parámetros de la cadena del líquido en la que permanentemente deben permanecer los virus para poder llegar activos a otro organismo, es factible a través de la boca.

La saliva, en esta cadena del líquido, es más efectiva en la transmisión viral, en ambos sentidos: en el de adquirirlo y en el de suministrarlo.

La saliva conteniendo virus, posee una carga de virus inmensamente superior a la gotícula, y por lo tanto su acción es más efectiva.

 
 
4. EL LÍMITE DEL LÍQUIDO.
 

EL LÍMITE DEL LÍQUIDO

Estaba Jimena, el nombre es ficticio, muy atareada, atendiendo a un cliente. Y, como le había preguntado yo por cierto producto y me respondiera que sí había, esperé mi turno.

Las diligentes manos de Jimena reducían a trozos y luego colocaban dentro de una bolsa, el producto solicitado por el cliente. Este, se marchó luego de recibir y pagar lo que pidió.

Me encontraba en frente de un simple acto de compra y venta, como de ordinario se lleva en el interior de un mercado cuyos corredores están flanqueados por innumerables comerciantes que venden al menudeo múltiples artículos, específicamente comestibles.

Ahora me tocaba, a mí, participar de este ordinario ritual, tan igual como los muchos que se suceden en ese laberinto tan necesariamente urdido por las exigencias indispensables humanas.

“Quiero, unos cuatro o cinco kilos”, le dije.

Jimena me miró, dubitando.

“No importa. Me conformo con lo que tenga”, le dije.

Ella, luego de embolsar lo que le solicité, lo pesó en una balanza electrónica y dijo: “Dos kilos y medio”.

Su voz, aunque se esforzaba en levantarla, salía un tanto opaca por las dos mascarillas que usaba, una sobre otra. Además, tras la mica transparente, colocada sobre el mostrador y que colgaba de unos trebejos hace poco instalados, ella se veía un tanto difuminada, poco personal.

Tras toda esa parafernalia, de trozos de tela que oprimían su rostro y de aquella cortina que tenía por delante, en algún momento ella me dio a entender que se sentía incómoda por todo “eso”; por lo cual, señalándolas, incluyendo la botella con cuyo líquido vaporizado bañó las monedas y el billete que permutó con el cliente anterior, le dije: “Son innecesarias”.

Su mirada se clavó en la mía, buscando una explicación. Y yo, sin preámbulos, ahora enfocando el tema de los trapos que escondían su cara como una mordaza surrealista, continué: “No son necesarias, porque la probabilidad de adquirir el virus por el aire, son nulas. Además, aquí, hay corrientes de aire permanentes.

”Nuestra nariz tiene características que hacen imposible esta eventualidad. ¿Ha visto, usted, la nariz interior de las cabezas de reses, verdad? Toda esa zona, íntegramente, está cubierta por una capa de moco que las atrapa irremisiblemente. Pues siendo tan pequeños, los virus, la millonésima parte de un milímetro, esa capa sería equivalente a varios kilómetros de profundidad para ellos; una capa más sólida que su propia envoltura proteica. No existe herramienta que para ellos valga”.

Ella, comerciante de productos cárnicos frescos, movió la cabeza afirmativamente, como despertando de un sueño. Y, se sumió en un breve reflexión.

“Nuestra debilidad, está en la boca”, continué. “Si una gotícula con virus cae dentro de la boca, el contagio es inminente. Si la humedad de una vajilla, contiene virus, el contagio es muy probable. El vaso que una persona usa para beber un líquido, y que inmediatamente o un poco antes haya sido empleada por otra persona portadora del virus y no haya sido lavada, posee una carga letal de esas partículas que pasaran a su organismo. Los alimentos fríos y húmedos, son apropiados para esta transmisión indeseable, es importante ponerlos sobre el fuego nuevamente, calentarlos”.

En este momento Jimena, a cuyo mostrador me aproximé para abastecer la tan necesaria despensa de Rafi, Romeo y Filipo, los peludos de la casa, me interrumpió: “¿Entonces, por qué nos hacen usar estas cosas? ¿Y por qué nos dicen y nos hacen decir y hacer cosas tan falsas?”

No le respondí, pero lo que leí en sus ojos, me hace deducir que ese concepto de desconfianza y descrédito hacia aquellos que, en el círculo donde nacen esas afirmaciones, saltando sobre toda lógica racional y científica, aferrándose a sus dogmáticas afirmaciones, por su desidia, por su pereza de dar un repaso a sus viejos textos, y recientes actualizaciones, irá creciendo inevitablemente.

Tres briosos caballos tiran del carro de la reina de la Naturaleza; ella, desde siempre bella y joven, arrastra tras de sí, por encima de las lejanas montañas, un inmenso manto gris de la que se desprenden rayos y truenos. Este manto, el sudario del falleciente invierno y el limpio pañal de la naciente época de lluvias, trae la partitura de la Sinfonía Dante, del insigne Liszt, ejecutada en el teatro de los Andes por la lluvia inaugural que ya anticipa la primavera.Tiembla el centro magnético de la tierra en connubio con la magnetósfera cargada eventualmente por partículas de alta energía del viento solar.

¿Por qué digo que es innecesario aquel accesorio para cubrir gran parte de la cara? No es ninguna redundancia cuando reafirmo que la nariz interior, las fosas nasales, los senos paranasales, están totalmente recubiertos por dos capas seromucosas, viscosas y elásticas, en la que se van a adherir inevitablemente los virus, el elemento incuestionable de este tema. Para los virus, cuyo tamaño es una millonésima de milímetro, superar esta doble capa seromucosa, de más de un milímetro de espesor, resulta imposible, pues para ellos tendría varios kilómetros de uniforme profundidad y una consistencia más sólida que su propia cápsida. Debajo de dicha capa de moco, existe un epitelio de células pseudoestratificadas cilíndricas ciliadas y glándulas productoras de moco, además de otras glándulas, inaccesible para ellos. Las células ciliadas, mueven el moco, junto con todo aquello que han atrapado, y lo envían hacia la garganta y hacia el canal digestivo, donde serán reducidos a su mínima expresión.

Los corpúsculos virales que deja escapar un paciente al aire, como parte de la respiración, no tiene la consistencia de un denso humo, o algo parecido, como para romper la barrera envolvente de la nariz, pese a los muchos millones que son expulsados y suponiendo que la remota probabilidad permita inhalarlos. Las gotículas que expulsa, el mismo paciente, con sus millones de partículas que son lanzadas en un estornudo, por lo habitual, no tienen el tamaño de un chorro líquido capaz de inundar y luego superar la intrincada superficie de las fosas nasales. Ni el polvo podría contenerlos activos como para superar la zona mucosa de la nariz; sin su protectora e inevitable “nave” líquida, es impensable.

La laringe, la tráquea, incluyendo a los bronquios, también poseen una capa de doble moco y sus células ciliadas cumplen la misma función que sus “colegas” de la nariz. Por lo visto, el sistema respiratorio es prácticamente infranqueable para las partículas virales.

Las maravillosas particularidades del sistema respiratorio, hacen innecesarias las mascarillas.
Redundo, también, afirmando que la debilidad humana, en la transmisión de los virus, es la boca.

Y, lo principal, tener un cuidado selectivo con todo aquello que nos llevamos a la boca.
En resumen: los virus, de este tema, usualmente, no llegan directamente a los pulmones y otros órganos por vía respiratoria, lo hacen con los líquidos empezando por la vía oral y luego continúan por los líquidos tisulares. La cadena del líquido es indispensable para su ciclo vital.

 
 
5. REPERCUCIÓN.
 

REPERCUSIÓN

En las anchas calles el sol es un caminante infatigable; vestido con ropa deportiva, después de recorrer algunas de las más largas, ha trepado la cuesta de los cerros que rodean la ciudad. Acostumbrado a esta dinámica actividad, como todos los días, ha llegado prontamente al pináculo donde le espera un gran sofá de piedra y en él se ha recostado tan luego de que su corazón ha reducido sus rápidos pálpitos y normalizadas sus profundas respiraciones.

La ciudad, en delante y allá abajo, ahora para su mirada que busca el deleite, es una gran franja estirada en torno a las orillas de una de las bahías que tiene el «lago navegable más alto del mundo», el Titicaca. La faz azulada del cielo se refleja en el espejo del lago y su ondeante superficie da a ese rostro mohines de misterio; detalles que el astro rey conoce de memoria.

Rodeado de este magnífico panorama, y bajo la mirada anhelante del sol en su gran asiento de piedra, en una de las avenidas de la ciudad, con una mochila en la espalda y con mi acostumbrada cámara fotográfica en las manos, voy camino de regreso a casa. Son cerca de la una de la tarde, llevo medio centenar de plátanos en el morral y una papaya en una bolsa aparte; frutas que adquirí de vendedores de la calle, muy cerca de un mercado.

Me gusta caminar, es una de las actividades que más me agrada hacer y más si llevo alguna carga incluida. Atrás han quedado aquellos tremendos esfuerzos de maratón matutina que yo realizaba antaño y que concluían con una vuelta a la ciudad; en momentos como estos, desde que acusé una mayúscula contractura cervical, producto de otro tipo de actividad física, recuerdo sin nostalgia; pienso que, tal vez, en algún momento me decida por salir a trotar nuevamente buscando siempre romper el récord mío anterior.

Mi caminata me lleva ahora hasta una clínica veterinaria. Debo comprar una bolsa de comida para Rafaél, Romeo y Filipo, los cuadrúpedos de la casa, aquella vitualla que les gusta comer combinada con otros alimentos.

Luego de haber yo, parrafeado sobre el artículo que iba a llevar, con el amable señor que me atendió en su pequeño local provisto de mercancías de uso veterinario, y cuando me disponía a pagarle, nuestro diálogo comercial pasó a otro muy de actualidad: sobre mascarillas, recipientes para desinfectar zapatos y otras minucias muy usadas por estos tiempos de emergencia sanitaria.

«No hay motivo de usar mascarillas», le decía yo en algún momento de nuestra conversación. «Porque no hay contagio por la nariz».

«¡Pues, claro, no hay contagio por la nariz!», repitió él, sin pensarlo, como si fuera lo más natural del mundo.

«Los contagios se dan por la boca», continué.

«¡Pues, claro, se dan por la boca!», repitió él, muy convencido.

Y, luego de algunas otras palabras, en las que el buen señor de la veterinaria escuchó en silencio algunos comentarios míos por lo novedoso para él, llegamos a una conclusión. Esa conclusión que, de haberla escuchado ellos..., aquellos que conforman la gran mayoría de los que dirigen las acciones de los gobiernos en estos tiempos del SARS CoV 2, los pondría a repasar y ahondar diligentemente sus estudios de anatomía, histología y fisiología, específicamente los relacionados a la nariz y el sistema respiratorio. Ellos también deberían incluir en este repaso a los virus y otros temas relacionados a la naturaleza humana, física y psíquica.

El sol en su asiento del cerro, tan vital como siempre, tan soberano como todo lo que existe, en su caminata por las calles y en su escalada por las escarpas y ahora en su mirador, como siempre ha estado rodeado por un maravilloso aura cálido. Este aura, a la vez que luminoso es sinfónico. En el escenario de la ciudad del lago, esta armonía sonora del sol es el de la Sinfonía Fantástica, del sublime Berlioz. Esta música, espléndida como toda llamarada solar, palpita por hoy en el corazón bullente de cada cosa viva y no viva... ¿No viva? ¿Es que existen las cosas no vivas?

El real desconocimiento del SARS CoV 2, en específico, y el de los virus, en general, sumado al olvido o negligente enfoque de la anatomía, fisiología e histología humanas, específicamente relacionadas al sistema respiratorio, añadiendo además el empleo deficiente de conocimientos psicológicos propios de los humanos, ha traído como consecuencia el terrible drama que enfrenta en estos momentos el bípedo dominante del planeta.

El SARS CoV 2, las siglas en inglés del coronavirus 2, causante del síndrome respiratorio agudo grave, que provoca la enfermedad por coronavirus del año 2019 o COVID 19, es un corpúsculo diminuto, de unos 100 nanómetros de circunferencia en promedio, con un ciclo vital exigente, exclusivamente dentro de un ambiente líquido.

El sistema respiratorio humano posee características evolutivas sucedidas en millones de años, capaces de frenar el avance de estas diminutas partículas cargadas de ARN. La parte de la nariz, en su parte interna, posee una mucosa de células ciliadas y glándulas productoras de una sustancia seromucosa, viscosa y elástica; esta sustancia viscosa y elástica, conforma un tapiz protector de más de un milímetro de uniforme espesor, donde, bacterias, polvo, toxinas y otras sustancias, incluido los virus, son atrapados inobjetablemente. Dado al tamaño del SARS CoV 2, un poco más grandes que la millonésima parte de un milímetro, esa capa viscosa y elástica para él es de consistencia dura y tan profunda que le resulta imposible atravesarla, por sus propios medios, para alcanzar la capa de células donde podría cumplir su cometido. El moco protector de las fosas nasales, atrapa a los virus, aun cuando estos estén protegidos por una gotícula. Los cornetes, con sus remolinos envolventes, filtran el aire respirado y los atrapan inexorablemente.

Estos tres aspectos, el tamaño del SARS CoV 2, su ciclo vital excepcionalmente en un ambiente líquido y las características anatómicas, fisiológicas e histológicas, de la nariz, no tomadas en cuenta u olvidadas negligentemente o cubiertas por una recia máscara de dogmas, ha permitido que la forma para detener el avance de la enfermedad por coronavirus del año 2019 resulte casi nula.

El conocimiento de estos tres aspectos, tamaño y ciclo vital de estos virus y las características eficientes de la nariz, convierte, a las mascarillas, el fumigado de calles, las bandejas para el desinfectado de calzados, el inusual lavado de manos, y la desinfección de objetos secos de uso cotidiano, en inútiles y hasta onerosos. No es ninguna novedad que, en algunos casos muy específicos, como en el caso de una atención médica sean necesarios estos cachivaches. Rota la cadena del líquido en la que desempeñan eficientemente, toda transmisión viral es prácticamente imposible; y, por el contrario, cuanto más grande es la gotícula o el líquido corporal que lleve virus activos, es más grande el contagio; y las cosas con superficies húmedas o mojadas complementan el contagio. La boca es el medio más eficiente para esta transmisión.

¿Será posible, que la especialización de la ciencia, en este caso, haya permitido grandes omisiones? ¿Ignora el virólogo lo que conoce el otorrinolaringólogo? ¿Ignora el epidemiólogo lo que conoce el virólogo? ¿Ignora el infectólogo lo que conoce el patólogo? ¿Ignora el médico preventivo lo que conoce el microbiólogo? ¿Ignora el neumólogo lo que conoce el inmunólogo? ¿Y así sucesivamente?

En estos trances se han utilizado conceptos que devienen de experimentos en laboratorio, que necesariamente no suceden en la vida práctica, pues las condiciones de laboratorio no son las mismas que las del medio ambiente y todos sus componentes tan adversos para la existencia activa de estos diminutos corpúsculos cargados de material genético.

Este tratamiento, «del combate contra el coronavirus 2 SARS», ha traído, en el mundo, hondos problemas sociales, económicos, políticos, salubridad, y sobre todo, el peor, el daño psicológico. Las consecuencias psicológicas son abrumadoras.

La enfermedad por coronavirus del año 2019, es una gripe, un poquitin más severa que las ordinarias. Es una gripe más como las tantas que surgen cada año en algún lugar del mundo y luego recorren toda la superficie del planeta silenciosamente y sin duda dejando muerte en su recorrido. Es una gripe de las muchas que causan pandemias año tras año y que luego desaparece tal como surgió; una gripe que ha sido convertida, con poca objetividad, en un monstruo implacable.

Esta gripe, por ahora es un gran problema; un problema que puede desencadenar una pronta gran guerra mundial, como la sucedida en el siglo pasado, en 1921, después de la pandemia de gripe de 1918. Esa gran guerra, la primera guerra mundial y su consecuente desenlace en la segunda guerra mundial, fueron en gran medida por los desequilibrios sociales, económicos, políticos, de salubridad y psicológicos, de esa pandemia.

Lo mejor que podemos hacer, nosotros los humanos, para contrarrestar los efectos de otra gripe parecida, es tener un buen sistema inmunológico, fortaleciéndolo.

 

Reservados todos los derechos.
Copyright © Raúl Huayna

 
Volver a la página anterior  
 
 
La naturaleza, en sí, es nuestra propia naturaleza. Todo lo que vemos en nuestro entorno cercano y en el lejano, lo tenemos dentro nuestro. Sí en nuestro interior hay miedos y dolores, allá afuera, pondremos de nuestra parte destrucción y muerte. Un interior lleno de amor y cordura, entregará paz y salud.
 
Cada acontecimiento nuestro no es otra cosa que Filosofía que se escribe constantemente gracias a aquella fuerza permananente que nos empuja a actuar, fuerza a la que llamamos vida. Todo lo colocado sobre la superficie del planeta en que vivimos actúa de acuerdo a las lineas escritas desde un principio por la genial mano de la vida. Además, podemos añadir, aquí en este libro de la vida, algunos versos propios, versos que pueden fluir líbremente como el agua; allá calmará la sed o se convertirá en la atmósfera que respirarán otros seres vivos. Es posible desmenuzar estos versos, pulverizarlos en pigmentos y con ellos untar sublimes telas.
Raúl Huayna30 Raúl Huayna33 Raúl Huayna32
Raúl Huayna35
Inicio | Epítome | Novela | Poema | Pintura | Dibujo | Fotografía | Anaquel | El Autor | Contacto | Eventos | Epílogo
Raúl Huayna34
Derechos reservados. Copyright © Raúl Huayna, 2005 - 2023. Prohibida la reproducción total o parcial de esta página.